martes, 28 de julio de 2009

Discurso hegemónico, objetividad y ética

(Ponencia premiada en el 3º Congreso de Periodistas Chiapas-Mejico y 1º Congreso Mesoamericano de Periodistas. Tuxtla Gutierrez, marzo de 2009)
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Nunca como hoy la relación entre medios de comunicación y poder había respondido con este nivel implacable de dialéctica al punto de romper los paradigmas fundamentales del periodismo. Ante la abundante literatura acreditada existente, vamos a saltearnos el análisis de cómo llegó el capitalismo en su fase más perversa, el neoliberalismo, a instalarse como discurso hegemónico y a diseñar ideológicamente la estructura actual de la propiedad –la concentración– de los medios de comunicación de masas, para intentar abordar la problemática del ejercicio del periodismo, que hoy entraña, como nunca, la pertenencia de clase de los trabajadores de prensa. Probablemente esta conciencia sea uno de los escollos más visibles al momento de pensar y discutir los aspectos de incumbencia social como los de organización y lucha gremial en el ejercicio de nuestra profesión. Convertida la información en mercancía y los medios en escaparates el actual modelo informativo no necesita periodistas más que vendedores.Así el modelo del, o la, periodista exitosos es el de mayor exposición, investido de un poder que aquilata sus capacidades de seducción y de persuasión. Un modelo individualista y superficial que forma “estrellas” que están por encima de la sociedad y de las relaciones de clase.Un modelo que es doblemente mentiroso al sugerir a sus estrellas periodísticas que son más importantes que la mercancía que venden, ocultándoles que ellos mismos son una mercancía. Un modelo que también vende vendedores.
Sabemos que la palabra expresa el pensamiento, por lo que también influye en el pensamiento. La desaparición de categorías en el relato social, cuidadosamente secuestradas en la guerra semiológica, implica la clausura de conceptos que describen la lucha de clases con la intención de que lo que no se describe no exista. Así en la Argentina, laboratorio de preferencia del pensamiento colonial, el discurso hegemónico virtualmente suprimió de la lex política la denominación del “pueblo”, eje, protagonista y sentido de la lucha social, por el lavado apelativo a la “gente”, categoría preferida por la inmensa y reaccionaria clase media que entiende así excluyentemente a sus pares. Del mismo modo se inaugura la universalización de categorías como regalo a las oligarquías o las nuevas burguesías, como está ocurriendo respecto del conflicto de intereses desatado por los terratenientes en relación con la renta extraordinaria de las exportaciones agrícolas, a quienes, graciosamente, la prensa liberal califica de “campo”, a pesar de que representan el tercio de los propietarios y el 5% de la capacidad productiva (medida en fuentes de trabajo). Así también, sólo como ejemplo, los residentes de los barrios más carenciados son “habitantes” u “ocupantes” en oposición abierta a “ciudadanos”, o los niños en delito no son sino “menores”, hoy bandera de la campaña sobre la “inseguridad”.
Casi está de más decir que esta clausura de categorías impone también la agenda periodística y habilita el “relato” de la realidad que, por cierto, está embebido de la estructura ficcional que funde y confunde la información con el show. A pesar de que el análisis científico de los medios revela la grosería con la que se aplican los mecanismos de manipulación el sistema cuenta con que la prensa está formada con su modelo discursivo y su perspectiva. De tal manera que no necesita que cada redacción tenga en sus mesas “cuadros” ideológicos que marquen el sentido editorial o actúen como policías del pensamiento. Si no posee pensamiento crítico, el periodista liberal reproduce “naturalmente” el discurso y la perspectiva dominantes. Los medios degradan, corrompen y sustituyen el sentido común mientras encorseta a los periodistas y comunicadores en paradigmas vetustos pero que le son favorables. El primero es uno de los mitos mejor instalados y convertido en valor y prejuicio: la objetividad. Los medios de masas no necesitan ser objetivos sino simplemente declararse así, del mismo modo que se titulan “independientes”, y replican a los medios, y periodistas efectivamente independientes, exigiéndoles “objetividad” en un escenario en cuya composición sólo aparecen los elementos por ellos seleccionados. La reivindicación de la objetividad periodística busca anular al periodista y al comunicador como “sujeto” para tenerlo como “objeto”, como herramienta. De hecho la objetividad es el atributo de los objetos; la de los sujetos, la subjetividad. Es aquí donde se impone declarar un frente de batalla en la guerra semiológica: el periodista no será objetivo sino, veraz, profundo, responsable y contextual, todos ellos valores éticos fundamentales y excluyentes.
Pero, ¿qué pasa con los comunicadores que no son periodistas? Para desgracia del modelo liberal no están formados en sus claustros ni en sus empresas y, aunque no dominen las técnicas ni la teoría de la comunicación de masas, son la voz emergente de un contexto social definido, aún cuando innominado. Y representan, probablemente, la trinchera de la verdadera contracomunicación frente al discurso único reproducido en cadena mundial. Los medios de producción alternativa, como de propiedad alternativa son, sin necesidad de tener un discurso único, los verdaderos representantes del valor de la comunicación: la diversidad. De voces, de pensamientos, de ideas, de culturas, de estilos, de estéticas, de sujetos sociales.La Argentina se prepara para discutir una nueva ley de servicios audiovisuales que reemplace a la ley de radiodifusión impuesta por la dictadura más sangrienta de su historia. Significará el saldo de una larguísima deuda que tiene la democracia cuyos antecedentes democráticos más cercanos se encuentran en el gobierno peronista de la mitad del siglo pasado: la ley de radiodifusión de 1953, el estatuto del periodista, de 1946, y el derecho popular a la comunicación y la información que formaban parte de la constitución revolucionaria de 1949, que debieron ser incorporados, junto con otros derechos, por la presión popular, en la constitución que impuso la dictadura de 1955, y sobrevivieron hasta la que rige hoy desde 1994.
Con una concentración inédita de la propiedad de los medios, convertidos, como calificara Nicolás Casullo, en el partido de la derecha de mi país, por primera vez se discutirá el fin de los monopolios y el derecho de las organizaciones sociales, comunitarias y el Estado, de ocupar equitativamente el espectro. Un desafío que es una ofrenda para una democracia de contenidos y una responsabilidad para los periodistas que reconozcan su rol social, su pertenencia de clase (trabajadora) y su categoría política: pueblo. Pero fundamentalmente un paso gigante en la disputa continental contra el pensamiento colonial.

martes, 7 de julio de 2009

Los medios y los miedos (el tratamiento mediático de la gripe A h1n1)

Por Ariel Magirena

El  tratamiento por los medios de la Gripe A expone aspectos profesionales y éticos que sobresalen. En primer lugar porque revela criterios globalizados al momento de darle estado periodístico. La irrupción de una enfermedad rara con un impacto minúsculo en la población podría haber inspirado apenas un capitulo de una serie sobre médicos como la muy popular Dr. House, sin embargo se convirtió en un fenómeno de la comunicación que se lleva las portadas y ofrece, al menos en nuestro país,  un suculento provecho político.  Por lo que vale una vida se justifican aquí las medidas sanitarias oficiales y el interés periodístico, sobre todo por la particularidad de su veloz expansión, pero exige también una responsabilidad social que está ausente. Una aproximación cronológica:  en los primeros días el show de los medios se montó sobre una medida oficial: la clausura de los vuelos entre nuestro país y México, origen del virus mutante. El aeropuerto de Ezeiza fue ocupado por móviles y cronistas que, de acuerdo con la línea editorial de sus empresas, cundieron la alarma y “anticiparon”  los casos cuando aun no existían. En un país sin infectados y con medidas preventivas radicales se alentó la psicosis mediante el poder de la imagen, cuyo objeto fetiche fue el barbijo, convertido pronto en un fenómeno comercial.  Cuando se confirmaron los primeros contagios la campaña, con folletería y spots, del  Ministerio de Salud ya funcionaba, pero los medios salieron a buscar sus propios especialistas y a difundir sus propias conclusiones haciendo un aporte a la confusión muy difícil de desactivar.  Mediáticos sin matricula médica, como el presidente de la novísima organización “Médicos sin bandera” (nombre intencionadamente parecido a la conocida Médicos sin frontera) se convirtieron con llamativa facilidad en referentes de consulta pese a la desautorización concreta del comité de crisis que se formó con los Ministerios de Salud y ONGs como Red Solidaria. La adjetivación condicionó a la información y la reemplazó. De nada valieron entonces las desmentidas de los servicios sanitarios, por cierto sobredemandados,  cuando la prensa decretó que estaban “colapsados”.   Al fenómeno del barbijo (desaconsejado para quienes no están infectados) se sumó el del alcohol en gel que eclipsó la recomendación fundamental del lavado con agua y jabón (por lo menos lo que abunda aquí no daña y el abuso sólo produce deshidratación en la piel). La ex Ministra de salud Graciela Ocaña pasó en muy pocos días de responsable a mártir por el sólo (aunque no menor) hecho de su renuncia.  Del mismo modo se califican sospechosas – y se analogan caprichosamente con las del INDEC- las cifras que se difunden de infectados  y muertos, y se responsabiliza al Gobierno Nacional, cuando surgen de datos de los municipios y las provincias.  Los canales de noticias dan la información general compartiendo pantalla con una placa catástrofe sobre la Gripe A o con la reiteración en videograf en la parte baja del cuadro. La lógica mercantil de los medios trata a la enfermedad como un producto   generando rating y negocios, pero también efectos políticos. Es evidente que no busca esclarecer ni paliar el azote. La agenda periodística está marcada y nadie puede escaparle. Los medios públicos están obligados a seguirla aunque persigan otra lógica y sean débiles en el cometido de torcerla, pero no parecen seducidos a marcar la suya. En medio de la confusión resalta la ausencia de una propuesta esclarecedora y responsable que se ofrezca como alternativa por necesidad y urgencia. En un proyecto estratégico de comunicación, como en el cercano caso de Brasil, la agenda pública -política, sanitaria, educativa o de seguridad- penetra los medios (no solo los estatales) y sus productos  (las telenovelas, los noticieros, los talk shows…).   Los personajes que aquí ”chivean” un café o una mayonesa, por esos lados forman conciencia incorporando el uso de preservativos, el valor de la lactancia o el repudio del racismo, por mencionar ejemplos. Sin llegar a ese ideal la Gripe A podría aparecer en programas especiales y en micros puntuales que protagonicen las grillas desplazando anuncios publicitarios u otros subalternos. Estamos a tiempo.