jueves, 28 de noviembre de 2024

Ideologismo y negocios en tiempos de law fare


 En la década de los 70 los intelectuales más destacados del mundo pensaban (en algunos de los casos temían) que el mundo transitaba sin pausa hacia el socialismo. Pero el sistema no estaba dispuesto a perder frente al idealismo juvenil de la época y motorizó globalmente -fundamentalmente en Latinoamérica- un modelo sangriento financiado porlas oligarquías locales y ejecutado por las fuerzas armadas -acompañadas por políticos cómplices- previa toma de facto del Estado. “Las ideas no se matan”, escribió Sarmiento en la Quebrada de Zonda en su San Juan natal, pero a los idealistas sí. Cayeron la palabra clara y el ejemplo, reemplazados por el relato y la censura. Segada la resistencia el poder fue luego -y en los términos de la democracia burguesa- a por la cultura de masas y así, en el mundo bipolar fueron las izquierdas europeas las primeras en sorprender traicionando sus postulados para fungir como administradoras del ajuste en medio de la crisis económica global. El paradigma social en la Argentina había sido ya derrotado con sangre, pero la caída de la Unión Soviética -después de convertir la más importante revolución de la humanidad en un régimen burocratizado que no ahorró crímenes aberrantes por cometer- sugirió un capitalismo inexorable; contra el que nadie podría. Las organizaciones otrora revolucionarias se rindieron moralmente y adecuaron el materialismo histórico a su contrario: la aceptación del signo de los tiempos. Del mismo modo, las organizaciones populares, influidas fatalmente por el progresismo blanco y metropolitano, pasaron de la protesta a la negociación, de la utopía al posibilismo y de aspirar a la justicia social a militar el mal menor. Sin embargo, la claudicación de los gobiernos populares no alcanzó para calmar la voracidad del capital ni para obtener tan luego su contemplación. No importó el acatamiento irrestricto de la agenda globalista ni el impulso de la fragmentación social desde el Estado para imponer la micropolítica y demoler el sentido universalidad de los derechos. El poder financiero no perdona la moderación en su plan, que significa  el intento de reducir los daños y atajar un número posible de entre los que hace caer. Para castigar a quienes hacen otra cosa, además que lo que se le ordena, ha sofisticado un mecanismo tramposo y de notable eficacia que se llama -como se lo dice en la lengua de ellos- “law fare”. El capitalismo es suficientemente elocuente para corromper a los gobiernos y gobernantes (no sólo a ellos) y se guarda las pruebas que los complican. Sirve para que una imputación falsa sea presentada entre los casos reales y justifique prejuicios ciudadanos y eventuales condenas (que primero son mediáticas).

En la alegoría de la espada, el Rey Demóstenes le explica a su súbdito de Damocles los riesgos del trono sentándolo en él, sobre el cual había hecho instalar primero un enorme filo sólo sostenido por una crin de caballo. Cada gobernante sabe que la estructura de corrupción que hereda (permanente en la Argentina desde la dictadura) es esa espada, pero no se atreve a quitarla. Así se impuso un ineludible paradigma de negociación permanente. 

Por estos días tres temas sensibles tomaron la cúspide de la agenda política desde los medios. La ratificación de la condena contra Cristina Fernandez de Kirchner, el tratamiento de la ley de foja limpia (que impediría la candidatura electoral de personas con condenas habidas por la justicia) y el nombramiento de nuevos jueces en la Corte Suprema. Este último tema incumbe sobre los otros dos y el candidato de la polémica -y de la negociación que confesó la vicepresidenta de Cristina en el PJ y senadora por Catamarca, Lucia Corpacci- es el juez al que el llamado kirchnerismo denunció como símbolo de “law fer” contra Cristina: Ariel Lijo. Aunque la disputa pública sobre estos temas lleva páginas y horas, el resultado acostumbrado de Milei saliéndose con la suya, pese a su paupérrima minoría partidaria en las Cámaras legislativas, revela una realidad que la ciudadanía asume: ninguno gobierna solo.

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