17 de julio de
2008
Por Ariel Magirena
Lector intenso e
irredento, me tocó en varias oportunidades encontrar citada por distintos autores, de un exagerado
abanico entre Milan Kundera y Paulo Cohelo, la parábola del escorpión y la
rana. Aquella en la que el escorpión convencía a la rana de cruzarlo a la otra
orilla del rio con la promesa de no picarla y el fundamento irrefutable de que
traicionarla los llevaría a ambos a la muerte. El final es el del escorpión
hincando su aguijón y justificándose: “es mi naturaleza”. Justificación, por cierto, más digna -de una
dignidad póstuma de hecho- que la que
hubiera sido declarar que no hubo traición sino un modo de fidelidad que “la
historia juzgará”.
“Ya no venimos por las
retenciones” dijo Alfredo de Angeli en su discurso del martes. Puede una
porción poco avisada de la sociedad haber creído que el debate parlamentario
centró sobre una diferencia de menos de 2 mil millones de dólares en la
recaudación, o que se debió a la obstinación de un gobierno que no quiere
perder ni a la bolita; pero no se le escapó a ningún político ni empresario y
mucho menos a los actores de esta confrontación, que se trató (se trata aún) de la puja entre
dos modelos de país: el de la Argentina del primer centenario, cuando era una
de las primeras potencias económicas del mundo del que se consideraba granero a
costa de la exclusión y postergación de sus mayorías, o el de la Argentina de
la inclusión, la redistribución de su
riqueza y el desarrollo, que irrumpió en la década del 40 y quedó
dramáticamente inconclusa a fuerza de bombardeos a la plaza de mayo,
fusilamiento de resistentes, sucesión de asonadas militares y desaparición de
personas (síntesis forzada por motivos de espacio).
Es en este contexto en
el que se juzga la traición de Julio Cobos al voto popular de octubre de 2007,
y que lo pone a compartir el cuadro de honores con la Sociedad Rural, Luis
Barrionuevo, Alfredo “80 pesos por el lomo”
De Angeli, Carlos Menem, Elisa Carrio, Cecilia Pando, Patricia Bullrich
Luro Pueyrredón y Claudio Lozano (que no se saca la foto pero le firma el
autógrafo) entre otros próceres (vayan imaginando la composición de una lista
sábana). La de Julio, iluminado por el
dios de Lilita, fue una salida verdaderamente Radical (léase como sustantivo
propio). El mismo radicalismo que se
suicidó en el fanatismo de la convertibilidad sostenida con represión y que
recibió, tarde pero seguro, todas las
facturas por sus agachadas históricas que van desde la Unión Democrática hasta
las leyes de impunidad, pasando por las proscripciones políticas, el llamado ante
los cuarteles y la provisión de
funcionarios a los gobiernos de facto (para síntesis, reconozco, peor que la
anterior).
Para el gobierno es otra
prueba de su acierto en la opción por su base de legitimidad, la clase
trabajadora y el campo popular. La lectura es simple. La gestión de Néstor
Kirchner afectó la matriz distributiva atendiendo las urgencias y logrando una
recuperación económica que favoreció en modo privilegiado a la clase media. (Es
ocioso ahora recalcar los logros en materia de justicia y derechos humanos.
Sigo.) Sin paradojas, esa clase media
optó en considerable medida por las alternativas opositoras en las elecciones
de octubre, cuando mayoritariamente los asalariados y la fidelidad peronista
ungieron a Cristina.
La jugada artera de
Cobos resuena en ese lugar del corazón en el que ya la sospechábamos. Y aunque
fuera la deseada para la derecha, descubrirá que habrá sido la inesperada si el
gobierno decide, por fin, encaminarse hacia una verdadera política de masas y utilizar,
definitivamente, los recursos del Estado (no solo los económicos) para provocar
el reclamado shock distributivo que viene
de la mano de la obra pública de infraestructura, la social, la generación de
empleo, el acceso al crédito y la recuperación del salario. Un modelo que ataca
sin ambages las necesidades de las mayorías y cuya sintonía, como en otros
momentos de la historia, tendrá a millones para defenderlo dejando como una
pálida reunión al acto destituyente que tuvo lugar el martes en el más
emblemático de los barrios ricos de la capital, al que sus asistentes se movilizaron en ascensor (la inefable Lilita los llamaba
“bajen” y el revelado Buzzi les decía “compañeros de los balcones”). Los argentinos tenemos una oportunidad
histórica de imaginarnos y construir un país luego de la tragedia, pero la
fractura del sistema de partidos no sirvió para desarrollar nuevos espacios de
representación. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia
pero las corporaciones (con un rol estratégico cumplido por los medios de
comunicación) nos quieren convencer con el argumento del “consenso” que se
interpreta fácil: ustedes serán más pero pongámonos de acuerdo en lo que yo
quiero.
Se escucharan por
estas horas las voces de los preclaros representantes de nadie que declaman la
revolución pero repudian la identidad peronista de la gran parte de nuestro
pueblo. Los mismos que le reclaman a Kirchner por atreverse a devolverle
sustento ideológico al único partido en pie, que sigue vivo por haberle dado
alguna vez y para siempre la posibilidad al pueblo trabajador de participar del
concierto político, pedirán ahora mesura y reconversión del discurso al
gobierno de Cristina. Y hasta habrán de recomendarle que se deshaga de algunas
piezas que quedaron del tablero de Néstor e incluso que se despegue de él y le
haga pagar el costo.
A Cobos, claro, nadie
lo va a echar. Quedará allí para ser señalado con un dedo acusador (que será gigante
en las elecciones de 2009) mientras le duren la cobardía para retirarse
(indignamente, pues ya no le queda otro
modo) o los aplausos de la claque.
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